sábado, 25 de junio de 2011

EL SUEÑO DEL DIBUJANTE.


Una ciudad en la pintura del mundo tiene una vida que permite hacer las cosas con una tranquilidad y una paciencia infinitas. El arte es un espacio donde la lentitud del tiempo obliga al artista a superarse de continuo, porque como un dilema del hombre, vive el pintor frente a frente con su propia conciencia y madurez.

Y el pintor hace tiempo que lo sabe. Y el poeta sabe de su existencia por sus dibujos. El poeta y el pintor. El pintor y el poeta. El poeta conoce al pintor colaborando en la edición de libros. La complicidad nace en el gusto por las cosas bien hechas y la asunción de la soledad del artista en medio del reconocimiento de las obras que aman en silencio.

Ideas en común sobre la situación del arte y los artistas, las conversaciones sobre poesía y pintura, las diferencias y similitudes entre un género y otro, los problemas y las suspicacias del creador, las conversaciones de tarde en tarde en el taller del pintor, rodeados de imágenes y cuadros, llevan al poeta a mostrar al pintor un manuscrito a punto de ser publicado.

Cuadernos blancos que el poeta escribió a pluma, poema a poema, fue dibujando el pintor imágenes y figuras, atmósferas y sensaciones con una intensidad narrativa clarividente. Con la poesía el dibujante se hizo pintor. Su mano reconoce su oficio y los dibujos se adueñan con su mirada del mundo del poeta.

Pocas las veces que un pintor había mostrado lo que era capaz una mano que encierra sin palabras un mundo cargado de misterio y simbología. Increíble que pudiera dibujar lo que casi todos creían indescifrable. Hondo en su elaboración y pensamiento, el mundo aparece en una serie de imágenes que van desde sus ojos hasta sus manos.

Su mirada veía más allá de lo que acontece ante el ojo humano, su mano revolvía el mundo de las metáforas con libertad, arrastrando el poema con otro pulso a una intensidad nueva que en el fulgor de las palabras brillaba con misterio. El dibujo hacía poesía con otra voz. El poeta dibuja con palabras lo que acontece, el pintor lleva la poesía en sus manos a vivir con lo que le rodea.

La sorpresa de los dibujos frente a los poemas es todavía mayor. La magia que convierte lo difícil en arte, y que los lectores reconocen de la mano del pintor a primera vista. El poeta necesitó de mil palabras. El pintor unos trazos, líneas onduladas y manchas. Por cada poema un dibujo. Imágenes que son parte del pulso del pintor y del poeta en una ciudad anónima llamada arte.

La mano del pintor se había adueñado de la poesía. Sus ojos estaban acostumbrados a soñar con dibujos. Su cuerpo vibraba cuando repasaba entre sus dedos las palabras, sopesando con paciencia su música, calibrando su perfil y su sombra. Las dudas y hambre del poeta en manos del pintor se hicieron certezas y alimento.

Con el roce del pincel ante sus ojos el poeta guardó sus palabras dentro. El pintor con su aliento comenzó a mover la mano despacio. La lentitud recorría la vista del pintor llevando afuera las palabras del poeta. La poesía en silencio. En una esquina perdida del mundo, sólo lo que el pintor firmó con su nombre, atrapó el arte su vuelo.