>> su mano dice que el mundo es cóncavo
<<
Juan Gelman
Nuestra historia comenzó y terminó con arena en los pies, en los
bolsillos. Nos conocimos en serio un sábado y al día siguiente estábamos
frente al mar tomando cafecito y picando cositas dulces. Al principio
esperábamos el ejército de las hormigas pero que va. Yo dije: Odio los sapos,
son horribles, y ella sonrió. Continuamos haciendo chistes y hablando de sus
gatos y de los viajes de vacaciones de su infancia: Santo Domingo Colonial,
en donde sus abuelos tenían una joyería en la Avenida Mella al lado del Cine
Lido exactamente. Nos reímos mucho otra vez y me preguntó si alguna vez había
entrado a ese cine en donde por años han pasado películas porno. Claro que
fui, todos hemos ido, especialmente a las películas francesas, agregué sin
miedo... con ella no tenía miedo a nada y se lo dejé saber: Con vos no tengo
miedo. Sus ojos verdes se confundían con la inmensidad del mar, la risa se
perdía en el ruido de los aviones que sobrevolaban. Mis manos entretenían
azúcar en el café con leche porque no sabían qué hacer, no sabían si volver a
tocar las otras manos pintadas de rojo mamasita. Quieres caminar, pregunté
para no aburrir. Sí, sólo con una condición, dijo ella: No me tomes de las
manos por favor.
La noche anterior habíamos quedado en un café del Viejo San Juan. La
vi sentadita sosteniendo su taza con las dos manos. De inmediato saludé y no
recuerdo si fue beso o apretón de manos mientras me excusaba por haber llegado
tarde. No hay problema dijo ella y abrió los ojos y me tiré de clavado en esa
alberca verdiazul. Dije cosas nerviosas de idiota, busqué cigarrillos y pedí
cortadito con más leche que café dos de azúcar. Viene el proceso de
curriculums, de conocerse y conté más o menos todo en diez minutos. Tu turno,
dije yo. Me hubiese gustado estudiar microbiología, toco el violín y trabajo
en el laboratorio de la facultad... no veo desde los seis años, daños
irreparables en la córnea según los doctores... de eso ya te has dado cuenta,
dijo, mientras yo me moría de la sorpresa. No abundé más sobre el tema.
Caminamos y el café se convirtió en cerveza. La lógica dictó que tenía que
comportarme lo más normal posible pero ella notó mi desasosiego. No importa,
estoy acostumbrada, dijo sonriendo y el sábado continuó siendo mi día
favorito.
Me encanta caminar por este lado de la ciudad... son los adoquines,
dijo, y de inmediato pedí la cuenta. Prometió llevarme a un lugar bonito que
según ella tendría su recompensa, ya que la vista ahí es genial. Me aventuré
a sostenerle la mano y ella se dejaba. En verdad fue más por tocarla que por
el mero hecho de ayudarla a cruzar calles y subir aceras, luego me di cuenta
de que ella conocía cada tramo, cada peldaño, bajadas y subidas. Adoro estos
olores, sonidos y texturas, me dijo al oído en un gesto de irremediable
ternura. Llegamos al parque. Un grupo de adolescentes vestidos de negro y de
pelo largo destrozaron el silencio mientras ella me mostraba la bahía
colonial y cerraba los ojos y respiraba hondo como para meterse el tajo de
noche dentro de su pecho. Acaricié sus manos con notable mala fe y me
advirtió: No va a pasar nada esta noche, contigo prefiero dejar las cosas
correr, he tenido experiencias, de las malas, por el asunto de la inmediatez.
Qué inteligente la gente que aprende de sus errores, me dije, pensando en mis
pies destrozados de tanto tropezar con las mismas piedras, a gusto. Notó mi
desconcierto y buscó mi cara con sus manos, reconoció los accidentes: Eres
bello, dijo con la sonrisa esa, la desgarradora, otra vez. Vámonos que ya se
hace tarde, dije suplicando un abrazo. Estreché su cuerpo menudo y sentí las
costillas, asumí su pelo y supe que ese olor no me dejaría en paz por los
próximos meses... toda una vida quisiera yo... pensé. En el camino de vuelta
hubo azucenas: El olor de la niñez, dijo ella mientras le colocaba una en el
pelo. Nos despedimos sin más, alguien la vendría a recoger. Llámame, me
encanta tu voz, dijo como quien dice adiós. Quedamos para el próximo día. Promesa
de de domingo playero.
Las semanas siguientes fueron normales en estos procesos: la espera al
lado del teléfono, los desencuentros, problemas de agenda. Un día me aparecí
en la facultad con azucenas y girasoles y le robé sonrisas. En el laboratorio
me mostró lo que hacía: lavar las ranas, darle de comer a los conejos. Ella
se tomó la demanda y decidió acabar con mis miedos cuando acarició mis manos.
Cierra los ojos, cantó por lo bajo. El agua estaba fría y casi me desmayo
cuando sentí el asunto gelatinoso en mis dedos... sus manos calmaban las mías
y el corazón palpitaba como loco. Nos reímos mucho. Quieres ir esta noche a
la playa, preguntó. Contesté que claro, a las ocho está bien.
Un día venimos con rastrillos y bolsas para recoger tanta basura, dijo
con sus dientes blanquísimos de leche y yo asentía diciendo que era buena
idea. La noche de San Juan se regalaba buena de nubes y una brisa con olor a
Caribe... mar con el que hemos nacido y nos persigue en los trenes camino a
Den Haag que nos resultan ajenos, o en la confusión de Roma Termini.
Encontramos un tronco y nos sentamos en la arena. Las manos conocen, han sido
advertidas ya, pero de vez en cuando dejan los dedos ser en un antebrazo y la
extremidad atesora. Las manos dedican canciones brasileiras muy románticas
para la ocasión, confundidas no saben qué más hacer. Un día tocaré el violín
para ti, promete ella recostando su cabeza sobre mi hombro. Minutos eternos
de complicidad de sus rizos cerca de mi cuello. Ese olor otra vez...
Las manos odian y envidian el hombro.
La ciudad es pequeña pero se las arregla para que yo no la vea más. Ya
no creo en las coincidencias: vengo y voy de aeropuerto en aeropuerto, las
cartas no llegan, los servidores se caen y no hay computadora que resista...
luego vienen las alergias, los males estomacales, las lluvias, la
intermitencia del tránsito y nadie quiere ver a nadie. Recuerdo haberle
dedicado dos canciones, una directamente... esa que dice Hace falta que te
diga que me muero por tener algo contigo... la versión por Vicentico y la
otra se la sigo dedicando en mi mente, cuando estoy solo en las salas de
espera luego de haber pasado por migración y busco alka setzers y no los
encuentro y si los encuentro no hay agua en los aviones. La otra canción, de
Calamaro: El comandante de tu parte de adelante. Siempre me pregunto,
qué seré para ella, ahora en la distancia... si me pensará dentro de su
oscuridad y sus complejos. Quisiera ser de todo, me digo, mientras recibo la
servilleta diminuta y el vasito de naranja diminuto para engullir la comidita
que sabe a cartón de aire, de todo, quisiera ser de todo menos una de las
historias tristes para su vibrador, como mencionó ella la última vez, en
medio de cerveza fría y solo de violín en la playa de Piñones. Los hombres se
han convertido para mí en una excusa interminable... al principio es una
asunto como de lástima, la muchacha ciega y todo eso... luego les demuestro
la mujer normal que hay en mí, que siente, que exige, quizás más que nadie,
entonces viene el sexo como fetiche, acostarse con la ciega, y eso, que no
muchos hombres de los que he conocido han visto Red Dragon, o El Lado Oscuro
del Corazón, has visto esa película, preguntó ella prometiendo volver a
vernos en alguna esquina. A vernos, dije irónicamente... Claro que a vernos,
respondió visiblemente molesta y ya no la escuché más, me llegaron palabras
envueltas en notas de Mendelssohn concierto para violín en mi menor opus
64, aire sal de mar, como si alguien hubiese destrozado un caracol en mi
cabeza mientras yo miraba seriamente las huellas en la arena devoradas por la
resaca, pensando en la terrible inmortalidad del cangrejo.
Rey Emmanuel Andújar. Santo Domingo 1977. Es el autor
de las novelas Candela (Alfaguara 2007) y El Hombre Triángulo (Isla Negra
2005) y las colecciones de cuentos Amoricidio (Premio Nacional Cuento FIL
2007) y El Factor Carne (Isla Negra 2005), una recopilación de sus primeros
cuentos premiados. Trabaja dentro de un laboratorio de investigación
independiente en donde se estudia La Dramaturgia del Cuerpo del Escritor. Ha
recibido galardones como Premio de Cuento Banco Central, Premio Internacional
Cuento Casa de Teatro, Premio Cuento Alianza Cibaeña. Ha sido publicado en
las antologías: Pequeñas Resistencias, el Nuevo Cuento Norteamericano y Caribeño,
Editorial Páginas de Espuma, España. Narradores Dominicanos del Siglo XX,
Editorial Letra Negra, Guatemala.
|
martes, 17 de julio de 2012
MANOS QUE NO VEN.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)